Escritor español adscrito a la Generación del 98. Sus inicios estuvieron muy marcados por una sensibilidad de carácter anarquista y sus primeros títulos respondían a esa ideología: Notas sociales (1896), Pecuchet demagogo (1898).
Durante esos años viajó intensamente por tierras de la meseta castellana, con el propósito de conocer tanto su paisaje como la situación social de sus gentes, que entonces era de extrema miseria. Compartió, junto a R. de Maeztu y P. Baroja, una viva admiración por la obra de Nietzsche, así como doctrinas de carácter revolucionario.
Se licenció en derecho y se dio a conocer enseguida a través de sus colaboraciones en la prensa: de hecho, el seudónimo Azorín apareció por vez primera en un artículo publicado en España. Publicó asiduamente en periódicos y revistas de la época. Una primera trilogía narrativa, compuesta por los volúmenes La voluntad (1902), Antonio Azorín (1903) y Las confesiones de un pequeño filósofo (1904), constituye un extenso proceso de reflexión personal que lo llevó a cambiar radicalmente sus posiciones. Desilusionado, sus propias conclusiones lo llevaron a adoptar un ideario conservador al enfrentarse con algunos de los mitos finiseculares.
En ese momento, su prosa despunta ya con fuerza por una extraordinaria valoración del objeto en sus mínimos detalles, claridad y precisión expositivas, frase breve y riqueza de léxico. Todo ello, en su tiempo, hizo que su obra supusiera una auténtica revolución estética, si se la compara con el grueso de la producción decimonónica.
Para el propio Azorín el objeto primordial del artista no ha de ser otro que la percepción de lo "sustantivo de la vida". En consecuencia, pues, con este propósito de su particular técnica narrativa, y siguiendo de cerca los análisis que sobre la obra azoriniana desarrolló J. Ortega y Gasset, lo decisivo no está en "los grandes hombres, los magnos acontecimientos, las ruidosas pasiones [sino en] lo minúsculo, lo atómico". Técnica impresionista, pues, que aspira a ofrecer la esencia espiritual de las cosas mediante descripciones líricas en las que predomine la emoción delicada y atenta
Impregnándose de estos valores, su narrativa se verá asaltada constantemente por la obsesión del tiempo, la serena contemplación del paisaje, de la historia, y una renovada sensibilidad ante los clásicos. En esta línea, aparecerán Los pueblos (1905), La ruta de Don Quijote (1905), Castilla (1912), Clásicos y modernos (1913), Al margen de los clásicos (1915) y Una hora de España (1924).
Sus ensayos narrativos y teatrales, poco apreciados por la crítica, conforman sin embargo otro de los grandes capítulos de su obra: Don Juan (1922), Doña Inés (1925), Old Spain! (1926), Brandy, mucho brandy (1927), Félix Vargas (1928) y Superrealismo (1929) son algunos de sus títulos más notables.
Azorín, que también escribió teatro, dio dos piezas que crean un vago ambiente de misterio: Lo invisible (1928) y Angelita (1930), de éxito más bien escaso. Su obra de vejez siguió presidida por los temas que dominan su visión del mundo: la irrealidad de la vida, el ámbito del arte, la nostalgia por el pasado de España: Madrid (1941), El escritor (1941) y París (1945) son tres de los títulos de esta etapa final. Académico de la lengua española desde 1928, lo esencial de su vida está recogido en sus Memorias inmemoriables (1940)
(Barásoain, 1493-Roma, 1586). Canonista español. Estudió teología en Alcalá, Toulouse y Cahors, y desarrolló su labor docente en Salamanca y Coimbra por espacio de 30 años. Autor de Tratado de las rentas de los beneficios eclesiásticos (1556) y de Manual de confesores y penitentes (1556), en sus escritos trató de combatir las teorías monetarias aristotélicas y tomistas, y de conciliar las exigencias de la moral tradicional con las prácticas mercantiles de la época